Ánimo, Michelle, ¡ánimo!
Todos estamos contigo.
Siempre que comienza un nuevo gobierno, desaparece la oposición formal y el pueblo se une tras su rey o su reina. El éxito del gobierno es el bien del país: no se puede desear esto sin aquello.
Yo te deseo, Michelle, todo el éxito del mundo: ganar la batalla contra la pobreza; revertir la crisis de la educación; reformar para bien los sistemas de previsión para la vejez y la salud; fomentar la cultura y las bellas artes; rescatar la arquitectura y el diseño urbano de las manos —de las manazas brutales— del liberalismo económico; disminuir el desempleo y arribar, de una vez, a un mercado justo del trabajo; promover y asegurar el progreso de las empresas como comunidades humanas y del emprendimiento como aventura que merece el apoyo social —sin paternalismo: que cada palo aguante su vela—; avanzar hacia la efectiva igualdad diferenciada de las mujeres, que no consiste en hacerlas más varoniles sino en otorgarles las mismas oportunidades de desarrollar su humanidad y su femineidad; derrotar la delincuencia, la drogadicción, el alcoholismo, la disolución de la juventud en manos del permisivismo moral; unir a los chilenos en el afecto y en la convivencia pacífica, dejando atrás las divisiones del pasado; resolver de manera inteligente y patriótica —no nacionalista— los problemas pendientes en nuestras relaciones internacionales; elevar a alturas no antes soñadas nuestro nivel científico y tecnológico, académico y universitario, sin excluir a nadie por su origen económico o social.
Y podría seguir con mis sueños, que son los sueños de bien para la patria y, por tanto, los deseos sinceros de éxito para el gobierno que ahora comienza.
¡Ánimo, Michel, ánimo! Todos sabemos que la tarea es difícil, casi imposible en el actual contexto político.
Primero, porque la ideología que llevas en la mochila —la oposición la comparte cada día mejor: no hay remedio—, denominada desde hace tiempo “socialismo liberal”, no te abrirá los ojos a soluciones novedosas para los problemas económicos, sociales y políticos. Todo lo que se intente tendrá que pasar por más burocracia —nuevos cargos para repartir—, más impuestos —más dinero para repartir— y más ensayos inspirados en recetas que han fracasado mil veces. De manera que la educación seguirá en su nivel deplorable, a pesar de los gigantescos aumentos presupuestarios; el sistema universitario continuará subsidiando la desidia y discriminado a los más pobres, obligados a elegir solamente entre las universidades tradicionales; la promoción de la cultura conservará su marca ideológica; continuará el uso político de la crisis institucional chilena y de la trágica historia posterior, sin ánimo de cerrar las heridas; seguirán las campañas inmorales para prevenir el SIDA, que incluyen la corrupción infantil mediante las políticas de educación sexual; no se detendrá la lucha contra las tradiciones morales, especialmente en lo referente al derecho a la vida y a la familia tradicional; nada progresará la descentralización del país, que exige renunciar a cuotas importantes de poder (por eso tampoco avanzó durante el gobierno militar).
Segundo, porque tendrás mayoría en el Congreso y una oposición estúpida (según lo que anuncian ellos: ojalá no lo hagan). La mayoría en el Congreso te permitirá aprobar todas las leyes simples, que servirán para empeorar las cosas sin los correctivos de esa oposición inteligente y colaboradora que, en el pasado, aminoró los desastres propuestos por las anteriores administraciones. La oposición, por su parte, amenaza con hacerse dura —justo ahora, cuando se trata de ayudar a gobernar— y con abandonar la democracia de los acuerdos. Así, a priori, sin saber lo que habrá, y —lo más sorprendente— cuando la presión de la campaña la llevó a coincidir en tantas cosas con el gobierno: ¡hasta en el eslogan de la igualdad!
La oposición, que no ha sido especialmente feliz para perseguir el desgobierno y la corrupción, ha cumplido su función colegisladora. Ahora, por desgracia para ti y para todos, dice que no quiere seguir con los acuerdos. Se taimó. Dios quiera que se le pase.
Tercero, porque tus propios compañeros de viaje —reitero: los enclaves estalinistas y la máquina liberal-progresista— intentarán, como en el caso del anterior presidente médico, llevar las aguas a su molino ideológico. Tú, como gobernante responsable, estarás preocupada de lograr las metas objetivas y compartidas, que todos anhelamos; ellos, como activistas con unos objetivos de otra naturaleza —déjame decirlo rápido otra vez: aplastar lo que quede de agradecimiento al gobierno militar y liberalizar el aborto y la moralidad pública—, seguirán trabajando incansablemente desde los ministerios y las organizaciones no gubernamentales, para presentarte los papeles listos para la firma.
Por último, si veinte años no es nada, menos que nada son cuatro. Tú, querida Michelle, solamente tienes tiempo para dejar que las cosas sigan adelante. Sé que intentarás, desde el primer momento y con la ayuda de viejos leones, cazar unas cuantas presas. Y las tomarás por la garganta antes de lo que esperas. Mas, en solo cuatro años, el secreto de tu triunfo estará en dejarnos vivir en paz, en abandonar el hostigamiento tributario a la clase media —a esos que no les da lo mismo cuánto pierden en contribuciones de bienes raíces cada año—, en no tocar las líneas de fondo del sistema económico y, en fin, en avanzar lentamente en aquellas materias donde más consenso nacional puede advertirse, dejando para otra época los enfrentamientos ético-político-religiosos (¡una tregua, por favor!).
Recuerda: “Es válida la siguiente regla general: Cantidad doble = casi el doble de tiempo / Mitad de cantidad = mitad de tiempo”. Construir en cuatro años es difícil; para destruir, tres años bastan. El pueblo te apoya en tus deseos constructivos.
Mas es imperativo mantener a los incompetentes lejos del aparato del Estado. “Niños y personas decrépitas solamente podrán utilizar el aparato sin vigilancia si se ha realizado una instrucción adecuada”. La experiencia nos muestra que la instrucción socialista nunca ha sido adecuada.
Lo más elemental, sin embargo, es que el aparato “no está previsto para calentar/cocer a animales vivos”.
¡Ánimo, Michelle!
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