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jueves, julio 11, 2013

Frivolidad por aborto

Braulio Fernández le da duro a la frivolidad, en ChileB.

Leed.


¡Los “bárbaros” que defendemos la vida!

Publicado el 10 julio 2013
En una columna en “La Segunda” (8.07.2013), el profesor Alfredo Joignant calificó de “barbarie” la defensa del derecho a la vida, en igualdad de condiciones, entre el no nato y el nacido. Y ello a propósito del terrible caso de la niña de once años llamada Belén –sugerente nombre dados los hechos–, quien fuera violada por su padrastro y ahora está embarazada.
¡Es el mundo al revés, literalmente! Quienes defienden el derecho a la vida son tildados de salvajes (un sinónimo no filosófico de bárbaro), mientras que quienes consideran legítimo asesinar a un inocente en el vientre de su madre –vía descuartizamiento, en la mayoría de los casos– se proclaman a sí mismos “racionales”, “modernos” y libres del “oscurantismo”.
Asumo que el profesor Joignant, por sus pergaminos, es una persona con formación y cultura sobre la media, por lo que la estupidez no sería causa –o explicación– para sus dichos. Por las mismas razones, me resulta difícil atribuirlo a ignorancia, bastando wikipedia para entender que –sin que haga falta recurrir a argumentos filosóficos o morales, por lo demás sustantivos– la biología demostró hace rato que el óvulo fecundado es ya una persona, con ADN singular y propio.
Otra posibilidad que descarto de plano es que se trate de una mala persona, pues por otras cosas que ha escrito y lo que sabemos por los medios de su vida, dicen todo lo contrario. Así, sólo me queda una alternativa. Y ella se llama frivolidad.
Quien, movido por los sentimientos o movimientos vegetativo-estomacales que fueren, es capaz de considerar bárbaro que se defienda el derecho del hijo o hija de Belén a vivir, sencillamente es una simplista de ocasión. Y la razón es sencilla: los bienes elementales, básicos, no pueden depender del ánimo irascible o del escrutinio sentimentaloide de otros, ni menos instrumentalizarse para conseguir un determinado fin político. Esta no es la “trampa”, como él la ha definido, sino otra; y que la historia nos ha dado demasiados ejemplos de su verdadera barbarie: el holocausto judío, las purgas raciales, los gulags soviéticos, Egipto hoy y hasta lo ocurrido en Chile hace cuarenta años.
Cabe que a Joignant le repugne que la naturaleza se haya organizado –digámoslo así– para que los mamíferos se gesten en los vientres femeninos. A mí me encantaría volar, pero no es culpa de los “conservadores” que yo carezca de alas…
El poder de unos hombres para hacer de otros lo que ellos quieran es la escala más baja a la que puede llegar una comunidad. Pura ideología, y de la dura. Antes eso sí se llamaba “barbarie”. Pues si hoy son los niños indeseados o concebidos en circunstancias terribles –¡razonemos! Hasta la misma Belén ha dicho que “la voy a querer mucho aunque sea de ese hombre que me hizo daño, igual no más la voy a querer”–, mañana serán los deformes, los enfermos, los “inviables” según nuestra “moderna” y “razonable” sociedad posmoderna… Quizá hasta los pelirrojos. ¿Por qué no?
Opiniones sí; agravios a la inteligencia, no. Uno también se ha sacado las pestañas para tener un PhD e investigar y publicar en aras del desarrollo del conocimiento. Frivolidades tales ofenden, sobre todo proviniendo de un profesor universitario.
En fin, y como lo mío son las letras, le recomiendo a Alfredo Joignant tres lecturas para estas vacaciones de invierno, a propósito de “vidas inútiles”: Notre-Dame de París, de Víctor Hugo; Marianela, de Pérez Galdós; y El diario de Ana Frank, por ella misma. Si no las tuviera en casa, se encuentran en la biblioteca de su universidad.
Braulio Fernández Biggs

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