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lunes, mayo 26, 2008

El mensaje presidencial del 21 de mayo: consenso transversal

Me asiste la seguridad de que para ninguno de los lectores de El Mercurio fue una sorpresa el consenso transversal entre los columnistas de Reportajes acerca del mensaje presidencial del 21 de mayo. Los estilos de Gonzalo Rojas, Carlos Peña y Max Colodro son, ciertamente, diferentes, tanto como sus ideologías e intereses. Por fortuna, su nivel de inteligencia es semejante, bastante superior al de la masa adicta a la cual se dirigió nuestra presidenta, tan querida y tan amable. Y la inteligencia suele llevar, cuando no se interpone una pasión exagerada, a un consenso sobre la verdad. En este caso, que Michelle Bachelet no logra disimular la mediocridad de su gobierno —tan poca realidad, a pesar de tantos medios— ni el daño que le ha hecho a sus partidarios ni su incapacidad para resolver los nudos que la atan.

Sin embargo, hemos de tomar nota de que gracias a ella se desvela cada vez más claramente la nueva naturaleza de la rendición de cuentas al país, representado por el Congreso Pleno, cuando el discurso constituye una cadena nacional de televisión gratuita y con un guión bien ensayado. Ya no es una rendición de cuentas ante lo más representativo de la inteligencia y de la virtud cívica, sino un espectáculo para el populacho, para los que todavía creen en las palabras de sus gobernantes como si vinieran de lo alto.

De ahora en adelante, deberían asistir solamente aquellos señores políticos necesarios para las entrevistas finales, para hablar del Señor de la Querencia, de las Ballenas, del Cocaví, de lo que hiciera reír a los viejos ociosos que miran la tele mientras sus hijos duermen, roncan a sabiendas de que más vale hundirse en la inconsciencia individual que ser hundidos en la inconsciencia colectiva.


miércoles, mayo 14, 2008

¿The Clinic tiene auspiciadores decentes?

No lo puedo creer. Mis amigos de MuéveteChile me cuentan que el pasquín The Clinic . . . ¡cuenta con auspiciadores!, gente que les da dinero a cambio de la basta literatura del periódico. Naturalmente, se trata de auspiciadores indecentes, que con eso atraen o retienen a gente indecente.

Ellos son: Radio Activa, Bar-Restaurant Liguria, Radio Cooperativa, TVN, Chilevisión y Patagonia sin Represas.

Ya sabemos qué hacer, entonces. Excluir a estos mercaderes de la dignidad humana de nuestro trato: No ver Chilevisión (ni votar por su dueño, ciertamente: ¿o nos da igual, Sebastián, que con tu dinero ayudes a corromper a Chile?), no oír esas radios, no pensar que pueda ser de buen tono entrar en el Liguria.

Sé que a ellos no les importará, a los que quieren Patagonia sin Represas pero se olvidan de la nuestra aspiración a un Chile sin Mierda.

Mas, a la larga, la protesta silenciosa de los ciudadanos decentes dará sus frutos.

Ah, y ojo con Sebastián Piñera, el dueño de Pornovisión: con un 1% de ciudadanos ofendidos que anulemos el voto, no gana en segunda vuelta.

domingo, mayo 11, 2008

No al Día de la Madre

Fiesta universal del comercio: business as usual!

Si viviéramos en un mundo que venerase la maternidad, que no la viera como una esclavitud de la que se ha de liberar a las mujeres, entonces creería yo que estábamos ante una fiesta de verdad, un acto de contemplación del bien y de culto al Donador de todos los bienes. No es así. El culto y el agradecimiento a Dios son despreciados, arrinconados. La única manera que se nos sugiere públicamente para honrar a las madres es: ¡comprad!

Susurra la serpiente: "Sí, Ella, tu Madre, lo necesita. Un teléfono móvil. Un perfume. Una lavadora de platos. Sí, Ella sonreirá, te amará más ahora, cuando sienta la suavidad de la seda, de la rosa fina que solamente se encuentra en la florería global. ¡Sí, qué felices somos con nuestras madres!".

Ha llegado a ser imposible sustraerse a la celebración universal del Día de la Madre. Es una fiesta de precepto, de culto público, porque tiende al único fin último compartido: ¡las riquezas!

Yo celebro a mi madre varias veces al año. Varias veces al día. Celebro que haya acogido en su seno once hijos. Celebro que haya vivido para su casa, teniendo su felicidad en la felicidad de los otros.

Celebro cuando cerró lo oídos al consejo brutal de no tener otro hijo, tan pronto, después del primero. Si se me permite, lo celebro con egoísmo bueno. Gracias a esa sordera ante las palabras ponderadas que le sugerían una supuesta maternidad responsable, gracias a su amor a la vida, yo existo: ningún aporte espectacular al mundo, lo reconozco; pero un aporte total a mí mismo, por poco que sea.

Sí, señores, que cuando la marea consigue que los hijos sin padres se multipliquen (ahora son la mayoría en mi pobre patria, esos que antes llamábamos huachos), y que se considere como un progreso descomunal incorporar a todas las mujeres al trabajo, al mercado, junto a todos los hombres, entonces yo simplemente no creo que alguien celebre la maternidad. Los hijos queremos a nuestras madres, las veneramos, les agradecemos sus risas y sus llantos, sus caricias y sus coscorrones, sus consejos y sus gritos. ¡Pero no me digan que la sociedad entera las celebra!

Yo celebraré por siempre a todas las madres, dando gracias a Dios. No olvidaré jamás, eso sí, la queja resignada de esas ancianas del Centro Geriátrico de Santiago, cuando les contaban a esos chiquillos de buenas familias (no tengo otra palabra: papá, mamá, hermanos, unidos en las duras y en las maduras, minorías selectas de todas las clases sociales), a esos niños que las visitaban para aliviar su soledad, que sus propios hijos ya nos las veían nunca. ¿Y cuánto cuesta visitar a la madre enferma y sola, vieja e inútil, hecha un atado de recuerdos entrecortados y de quejas y de suspiros? Sí, de acuerdo, cuesta más que una tarjeta postal, más que una llamada de larga distancia, más que un telefonillo con cámara digital, más que una perla engastada en platino, más que ese dificultoso pensamiento de si acaso no será al revés de como la propaganda nos lo pinta, si acaso no será que la cultura de la muerte, es decir, la nuestra, celebra a la madre, a la dadora de la vida, como a la sobreviviente de la liberación femenina, como el pretexto para seguir enriqueciendo a todos esos que explotan a la tan ensalzada "mujer trabajadora".

¡Imbéciles! ¡Tropa de cretinos! ¡¿Qué es eso, qué clase de nuevo insulto es este de "la mujer trabajadora"?! ¿Aquella cuyo aporte al Producto Geográfico Bruto cuenta porque en lugar de lavar los pañales de sus hijos lava los calzoncillos del ricachón pervertido que se solaza con películas porno en un hotel de lujo?

No más, amigos míos, no más.

Ahora paso al tú, porque, de tanto pensar en cómo se insulta a mi madre con esta fiesta del consumo, con eso de la "mujer trabajadora", con la marcha de las putillas que se enojan porque en Chile defendemos la vida de los hijos por nacer, con todo eso ya me hierve la sangre y no me queda más remedio que hablarte de tú, a ti, al hijo que nació, que fue educado y reprendido por su madre, que la tuvo a su lado con heroísmo a pesar de que todas las circunstancias la empujaron, también a ella, a convertirse en "mujer trabajadora".

Tú no tienes derecho a la madre que has tenido, pero no dejes que el agradecimiento se enlode con una marca de lujo, mira que ella lo hizo gratis.

Tú no puedes darte el lujo de la frivolidad, de pensar que tu madre fue heroica, santa, y que ahora tendría que serlo también la madre de tus hijos, la "mujer trabajadora".

Tú tendrías que comenzar un movimiento de rebeldía a favor de las madres, de todas las madres, que están siendo exprimidas como naranjas porque el ideal para ellas, dicen los tarados que no saben lo que dicen, es poder vivir dos vidas, una vida de cuarenta y ocho horas diarias.

¿Libertad para elegir? ¿Sí? ¿Acaso las mujeres madres trabajadoras, que son compelidas por el sistema a desatender sus hogares para alimentar a sus hijos, no preferirían que les pagaran por ser madres? Si dejamos de lado unos pocos casos de señoras que "se realizan" como diseñadoras, comerciantes, escritoras, profesoras, ¿no es verdad, en cambio, que la mayoría de las madres abandonan a sus hijos casi todo el día a causa de una coacción insuperable, la necesidad de sobrevivir?

Yo no apoyo el día de la madre, porque es una burla de mal gusto. No conozco ese "feminismo cristiano" con el que soñaba Juan Pablo II. Las señoras cristianas que juegan a feministas rezuman un complejo de inferioridad ante sus colegas del verdadero feminismo, el que convirtió a las madres en estériles, a los hijos en huachos, a sus vientres en receptáculos hiperdisponibles para machos incontinentes.


sábado, mayo 03, 2008

Más argumentos sobre la píldora

En realidad, a veces uno se desubica y piensa que todos los lectores de El Mercurio son capaces de reírse cuando un columnista defiende argumentos obviamente falaces. Yo solía decir tonterías para divertir a los adictos al papel desechable, con la ingrata sorpresa de que, a veces, se tomaban las leseras en serio. En fin, el asunto es que ahora les ofrezco, en serio, una copia textual de la excelente carta publicada el sábado 3 de mayo por José Joaquín Ugarte para refutar algunos sofismas sobre la sentencia del Tribunal Constitucional que defendió los derechos de las minorías no nacidas contra el desaforado pansexualismo de una minoría ya nacida.

Sábado 03 de Mayo de 2008
El fallo de la píldora

Señor Director:

El profesor Carlos Peña persiste en criticar el fallo del Tribunal
Constitucional sobre la píldora del día después, pero con un importante cambio
de argumentación. En su primer artículo, en este diario, sostuvo que entre el
embrión y el individuo adulto existe una diferencia sustancial que sólo la
religión puede saldar, pero no la norma constitucional; y que ésta no reconoce
al “nasciturus” derecho a la vida, sino que le acuerda una simple protección,
apareciendo de la historia de la ley que algunos redactores habían querido dejar
la puerta abierta al aborto en casos excepcionales.

En su crítica del
último domingo, el profesor Peña ha cambiado de perspectiva —quizás por haberse
podido conocer el fallo—, y parte de la base de que está en juego una vida
humana. ¿Cuál es su nuevo argumento? Es que no pueden exigirse cautelas
desproporcionadas para proteger la vida, por lo cual no cabe prohibir
actividades que comporten cierto riesgo para la de terceros o la propia, como el
conducir un automóvil, construir un edificio, practicar deportes peligrosos,
etcétera. Éste sería el caso del uso de la píldora del día después. Por ello,
dice el profesor Peña, el fallo ha pecado de excesivo al imponer un control de
riesgo desmesurado, con el agravante de que se trata de un asunto en que habría
una “incertidumbre pavorosamente radical”. La conclusión del profesor Peña es
que los ministros respectivos habrían actuado sobre la base de convicciones
religiosas como buenos fieles, pero como malos jueces. Examinemos este nuevo
planteamiento:

1. El uso de la píldora no es una actividad peligrosa,
sino una actividad de suyo dañosa y mortal para el embrión. El profesor Peña es
un fino polemista y su argumento no es fácil de contestar, a primera vista. Mas
hay una clave para hacerlo, y consiste en distinguir entre actividad peligrosa y
actividad dañosa. La primera es la que no produce daño necesariamente, por su
propia naturaleza, pero puede causarlo por accidente, por casualidad, por la
concurrencia de circunstancias fortuitas, que son ajenas a la naturaleza misma
de la conducta, aunque su ocurrencia pueda temerse: es el caso de la conducción
de automóviles, de los deportes peligrosos, de la construcción de un edificio.
Éstas son las actividades peligrosas.

Actividad dañosa, en cambio, es
aquella que por su propia naturaleza produce perjuicio, necesariamente: tal es
el caso de disparar un balazo a un contrincante, de levantar una calumnia o de
administrar veneno. Las actividades dañosas pueden ser —desde el punto de vista
de nuestro conocimiento— ciertamente dañosas, o sólo probablemente dañosas:
cuando no estamos seguros de que produzcan el perjuicio, pero tenemos
importantes antecedentes para concluir que así es.

La actividades
probablemente dañosas, por otra parte, no deben confundirse con las simplemente
peligrosas, o que sólo pueden hacer daño por accidente o por casualidad, pues
aquéllas, si lo hacen realmente, lo hacen por su propia naturaleza y no por
casualidad.

Desde el punto de vista de la licitud, las actividades
peligrosas pueden legítimamente llevarse a cabo, porque en sí mismas no son
nocivas, si hay algo que justifique correr el riesgo respectivo: es lo que
ocurre con la conducción del automóvil o la construcción del edificio; las
actividades dañosas o nocivas, en cambio, no pueden nunca realizarse —cuando
atentan contra bienes no disponibles—, porque hacen el perjuicio por su propia
naturaleza. Y si el carácter dañoso no es cierto pero sí probable, tampoco
pueden llevarse a cabo, como es obvio.

Pues bien, el uso de la píldora
no es una actividad peligrosa, sino dañosa, pues si actúa la píldora cuando la
fecundación ya se ha producido, modifica el endometrio uterino impidiendo la
anidación del embrión y acarreando su expulsión; es decir, causando el aborto.
Esto ciertamente ocurre así, pero aun si fuese sólo probable, el uso de la
píldora sería ilícito.

Es errada, pues, la nueva argumentación de Carlos
Peña. A lo que hay que añadir que en cualquier caso sería desafortunado su
veredicto de que los ministros habrían sido buenos fieles de la religión, pero
malos jueces, pues la religión católica no prohíbe ni conducir automóviles ni
construir edificios.

2. Es claro que la píldora, producida la
fecundación, resulta abortiva. Fuera de los datos publicados hace poco en este
diario por el Dr. Fernando Orrego, piénsese que quienes han defendido la píldora
lo han hecho diciendo que no es abortiva porque el embarazo comienza con la
implantación y no con la fecundación: o sea, han tenido que cambiar las verdades
biológicas. Así pueden verse, por ejemplo, en el programa educativo difundido
por el Departamento de Investigación en Población de la Universidad de Princeton
(The emergency contraception Website, http://ec.princeton.edu/).

José
Joaquín Ugarte Godoy
Profesor de Derecho Civil UC