Derrota del Estado de Derecho y de la Democracia
Un
síntoma de la profundidad de la crisis espiritual, ética y política, que asola
a nuestra patria, es que algunos profesores, de tan opuestas convicciones
fundamentales, seamos unánimes en exigir un mínimo común de respeto por la
democracia, el Estado de Derecho y la convivencia pacífica, además de denunciar
las falsedades oficiales, tanto del gobierno como de la oposición, sobre las
causas del embrollo presente y de cuáles son sus mejores remedios.
A mí no
me queda más que felicitar a Carlos Peña por su artículo del martes 12 de
noviembre y por todos los anteriores. Él ha resistido el autoritarismo que
intentaba acallarlo en su propia Universidad, para seguir mirando a la realidad
a la cara, sine ira et studio; para desnudar
la derrota del gobierno y, con él, de quienes votaron por sus propuestas y también
de quienes, aun sin especial simpatía hacia Sebastián Piñera, al menos creímos
que podría gobernar cuatro años de manera decente.
El
Presidente no ha cumplido, porque ha permitido que la violencia triunfara.
No se
trata de algo nuevo. La sociedad se había ido acostumbrando en cómodas cuotas,
insensiblemente, a aceptar que la violencia paga. El terrorismo en la Araucanía
fue enfrentado con la misma estrategia de ahora: apaciguar con dinero, casi sin
política y sin luchar a fondo contra el quebrantamiento de la ley. La
delincuencia de algunos estudiantes secundarios, como esos que rociaron con
bencina a una profesora y los que arrojaron bombas molotov, no halló a nadie
con autoridad que pusiera fin a sus abusos. Las tomas de sedes universitarias,
que son delitos y actos violentos por su naturaleza, fueron rodeadas siempre
del respeto y la condescendencia de rectores que hacen más caso a los violentos
que a los pacíficos y por profesores que exhiben una refinada frivolidad ante
esas formas canallescas de acción política.
Las
masas —aun siendo minoría— son manipuladas por discursos totalitarios. No
exagero. Recuerdo a Hannah Arendt: “Resulta, sin duda, muy inquietante el hecho
de que el Gobierno totalitario, no obstante su manifiesta criminalidad, se base
en el apoyo de las masas”. Y apunta al carácter burgués y desarraigado de esa
masa: “El hombre-masa al que Himmler organizó para los mayores crímenes en masa
jamás cometidos en la Historia (...) era el burgués que, entre las ruinas de su
mundo, sólo se preocupaba de su seguridad personal y que, a la más pequeña
provocación, estaba dispuesto a sacrificarlo todo, su fe, su honor y su dignidad”.
Para comprender que no exagero basta con ver el perfil burgués de los que
alimentan las protestas violentas, dando cobijo a activistas bien organizados que
rematan con fuego la labor odiosa de las consignas y de las amenazas, como esa
de que “el que baila, pasa”, tan amedrentadora que incluso Gabriel Boric lo
denunció como fascismo.
Ha sido
derrotado el gobierno, que indignamente ha camuflado su incapacidad para
resistir la extorsión como sintonía con la gente; ¡que alaba las marchas de
izquierda calificándolas de políticamente transversales!; que se contradice mil
veces, como bien ha mostrado Carlos Peña.
Todo
eso es verdad. Pero hay más: han sido derrotados el Estado de Derecho y la
democracia representativa.
El
Estado de Derecho no ha cumplido su promesa mínima: asegurar la tranquilidad
pública que permite la convivencia pacífica, condición para afrontar los
problemas mediante la deliberación racional y la sujeción de todos a las reglas.
La
democracia representativa ha fallado en su cometido esencial: dirimir las
diferencias de opinión política “contando votos y no cortando cabezas”. Pensémoslo
bien los que casi nunca ganamos elecciones: ¿de qué nos sirve triunfar alguna
vez, si todo se irá al garete por la extorsión de manifestaciones violentas, azuzadas
por los perdedores?
Las
izquierdas no han aceptado el resultado de las elecciones. Han conseguido,
mediante la violencia cohonestada por algunos representantes electos, lo que no
ganaron en las urnas.
¿Tiene
sentido, entonces, confiar en que un proceso constituyente será aceptado por
los violentos, si no coincide con su ideal de Constitución, en lugar de
preparar la defensa civil de la democracia contra el totalitarismo, como en
Bolivia?
Ha
llegado la hora de la firmeza. Ha llegado la hora de usar todos los medios
moral y legalmente legítimos para defender a la patria. Los bolivianos están a
punto de conseguirlo, a pesar de la violencia del terrorismo y de las trampas
de Evo Morales. Nosotros también podemos.
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