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sábado, noviembre 16, 2019

Derrota del Estado de Derecho y de la Democracia



Un síntoma de la profundidad de la crisis espiritual, ética y política, que asola a nuestra patria, es que algunos profesores, de tan opuestas convicciones fundamentales, seamos unánimes en exigir un mínimo común de respeto por la democracia, el Estado de Derecho y la convivencia pacífica, además de denunciar las falsedades oficiales, tanto del gobierno como de la oposición, sobre las causas del embrollo presente y de cuáles son sus mejores remedios.

A mí no me queda más que felicitar a Carlos Peña por su artículo del martes 12 de noviembre y por todos los anteriores. Él ha resistido el autoritarismo que intentaba acallarlo en su propia Universidad, para seguir mirando a la realidad a la cara, sine ira et studio; para desnudar la derrota del gobierno y, con él, de quienes votaron por sus propuestas y también de quienes, aun sin especial simpatía hacia Sebastián Piñera, al menos creímos que podría gobernar cuatro años de manera decente.

El Presidente no ha cumplido, porque ha permitido que la violencia triunfara.

No se trata de algo nuevo. La sociedad se había ido acostumbrando en cómodas cuotas, insensiblemente, a aceptar que la violencia paga. El terrorismo en la Araucanía fue enfrentado con la misma estrategia de ahora: apaciguar con dinero, casi sin política y sin luchar a fondo contra el quebrantamiento de la ley. La delincuencia de algunos estudiantes secundarios, como esos que rociaron con bencina a una profesora y los que arrojaron bombas molotov, no halló a nadie con autoridad que pusiera fin a sus abusos. Las tomas de sedes universitarias, que son delitos y actos violentos por su naturaleza, fueron rodeadas siempre del respeto y la condescendencia de rectores que hacen más caso a los violentos que a los pacíficos y por profesores que exhiben una refinada frivolidad ante esas formas canallescas de acción política.

Las masas —aun siendo minoría— son manipuladas por discursos totalitarios. No exagero. Recuerdo a Hannah Arendt: “Resulta, sin duda, muy inquietante el hecho de que el Gobierno totalitario, no obstante su manifiesta criminalidad, se base en el apoyo de las masas”. Y apunta al carácter burgués y desarraigado de esa masa: “El hombre-masa al que Himmler organizó para los mayores crímenes en masa jamás cometidos en la Historia (...) era el burgués que, entre las ruinas de su mundo, sólo se preocupaba de su seguridad personal y que, a la más pequeña provocación, estaba dispuesto a sacrificarlo todo, su fe, su honor y su dignidad”. Para comprender que no exagero basta con ver el perfil burgués de los que alimentan las protestas violentas, dando cobijo a activistas bien organizados que rematan con fuego la labor odiosa de las consignas y de las amenazas, como esa de que “el que baila, pasa”, tan amedrentadora que incluso Gabriel Boric lo denunció como fascismo.

Ha sido derrotado el gobierno, que indignamente ha camuflado su incapacidad para resistir la extorsión como sintonía con la gente; ¡que alaba las marchas de izquierda calificándolas de políticamente transversales!; que se contradice mil veces, como bien ha mostrado Carlos Peña.

Todo eso es verdad. Pero hay más: han sido derrotados el Estado de Derecho y la democracia representativa.

El Estado de Derecho no ha cumplido su promesa mínima: asegurar la tranquilidad pública que permite la convivencia pacífica, condición para afrontar los problemas mediante la deliberación racional y la sujeción de todos a las reglas.

La democracia representativa ha fallado en su cometido esencial: dirimir las diferencias de opinión política “contando votos y no cortando cabezas”. Pensémoslo bien los que casi nunca ganamos elecciones: ¿de qué nos sirve triunfar alguna vez, si todo se irá al garete por la extorsión de manifestaciones violentas, azuzadas por los perdedores?

Las izquierdas no han aceptado el resultado de las elecciones. Han conseguido, mediante la violencia cohonestada por algunos representantes electos, lo que no ganaron en las urnas.

¿Tiene sentido, entonces, confiar en que un proceso constituyente será aceptado por los violentos, si no coincide con su ideal de Constitución, en lugar de preparar la defensa civil de la democracia contra el totalitarismo, como en Bolivia?

Ha llegado la hora de la firmeza. Ha llegado la hora de usar todos los medios moral y legalmente legítimos para defender a la patria. Los bolivianos están a punto de conseguirlo, a pesar de la violencia del terrorismo y de las trampas de Evo Morales. Nosotros también podemos.

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