¿Dos modelos de Constitución?
Carlos Peña describe dos modelos
de Constitución que se enfrentan a partir del proceso constituyente. El
primero, liberal, prefiere una norma básica que defina unos derechos
fundamentales y unas reglas procedimentales que permitan a los ciudadanos coordinarse
para vivir cada uno sus diferentes formas de vida en paz. Ninguna identidad
común del pueblo se impondría a nadie. El otro, denominado abusivamente “conservador”,
es en realidad “totalitario-revolucionario” (comunista y frenteamplista). Como
todo totalitarismo, cree “religiosamente” (bien identifica Peña el carácter
teológico-político del engendro) en un pueblo que, de vez en cuando, sin
sujeción a ningún Derecho previo, define una identidad común.
Si esto fuera todo, deberíamos
defender el modelo liberal contra el modelo totalitario, pues este es
insaciable: mientras no se haga lo que los líderes totalitarios quieren, el
proceso es ilegítimo y se justifica someter a todo el país a la violencia, como
acabamos de ver.
La dicotomía es, sin embargo, contradictoria.
En efecto, la idea liberal de
que las visiones de la vida buena son múltiples conlleva necesariamente múltiples
preferencias constitucionales. Todas ellas (no solo dos) deberán competir por
incluir en “la hoja en blanco” sus derechos fundamentales preferidos y sus
reglas procedimentalmente justas favoritas; pero también sus valores
constitucionales e instituciones políticas fundamentales, como se ve en todas
las constituciones “liberales” del mundo.
La paradoja es mayor aún. Si la
dicotomía del profesor Peña fuese correcta, es la concepción “conservadora” o totalitaria
la que resultaría verdadera por definición, incluso si triunfara una
Constitución “liberal”: habría sido el pueblo quien, por mayoría de votos, se
habría definido como un pueblo liberal con una Constitución mínima. Pero en
realidad, según la amalgama de visiones sobre el bien que han concurrido a
formar las constituciones “liberales” modernas, tenemos una pluralidad de
identidades constitucionales definidas por sus pueblos.
La dicotomía es, además, engañosamente
reductiva. Tenemos muchos modelos constitucionales, más liberales o menos. Los
auténticos “conservadores” somos, en realidad, más liberales. Iríamos bailando
de la mano con Carlos Peña con tal de que los termocéfalos, que casi han
masacrado a Chile, no llegaran a imponer su voluntad, en nombre de su pueblo
imaginario y de su legitimidad democrática espuria. Y algunos tenemos nuestras
propias ideas, lejos de la dicotomía, de lo que es la Constitución de un pueblo
digno y libre.
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