Por una tregua de Navidad
“Ésta será la Navidad más memorable . . . Desde
la hora del té de ayer no ha habido disparos en ninguno de los lados, hasta
ahora. Anoche fue noche de luna, muy clara y helada, así que pronto, tras el
ocaso, encendimos unas buenas fogatas y cantamos unos cuantos villancicos y
canciones”. Así comienza la carta de un soldado anónimo, que protagonizó la
Tregua de Navidad entre ingleses y alemanes en 1914.
El Papa Benedicto XV, además de implorar la paz
antes y durante la guerra, había suplicado por una tregua alrededor de esta
fiesta tan extendida y tan maltratada.
Las autoridades de los dos bandos habían
rehusado ese curso de acción, quizás poco práctico, quizás ilusorio. Los
soldados decidieron otra cosa.
“Los alemanes comenzaron poniendo luces a lo
largo de sus trincheras, y visitándonos informalmente, deseándonos una Feliz
Navidad”, continúa el narrador. “También nos dedicaron unas cuantas canciones.
Varios de ellos hablan inglés muy bien, así que mantuvimos algunas conversaciones”.
Y era el comienzo de la guerra de las
trincheras, que parecería no terminar nunca. Las guerras siempre parece
inevitables y cortas, antes de estallar, y no rara vez se prolongan sin sentido
y se multiplican en ecos de tristeza, de ira, de odios, de recuerdos
espectrales.
¡Qué difícil es terminar una guerra!
“Algunos de nuestros camaradas fueron a su lado
de la línea . . . Unos pocos de nosotros, que tuvieron suerte, pudieron ir a la
Sagrada Comunión temprano esta mañana. Fue celebrada en una granja en ruinas
unas 500 yardas atrás de nosotros. Por desgracia, yo no pude ir . . . ¡Después
del desayuno jugamos un partido de fútbol en la parte de atrás de nuestras
trincheras! Unos pocos alemanes han venido a vernos esta mañana. También
enviaron una delegación para enterrar a un francotirador al que disparamos esta
semana. Estaba a unas 100 yardas de nuestra trinchera. Unos pocos de nuestros
compañeros salieron y ayudaron a enterrarlo”.
Estaban en guerra, ¡qué brutal es la guerra!,
pero eran humanos.
“Alrededor de las 10:30 tuvimos una breve
procesión, el servicio religioso matutino, etc., en la trinchera. ¡Cómo
cantamos! Los himnos fueron ‘Venid, fieles’ y ‘Mientras los pastores vigilaban
su rebaño’. Ahora estamos cocinando nuestra Cena de Navidad”.
La Navidad se aproxima también en Chile. Casi
un siglo después de la escena que contemplamos, veintiún siglos después de la
que conmemoramos. ¿Seremos capaces de una tregua?
Yo no le temo al conflicto. Pienso que es
preferible ir a la guerra por defender la justicia y la libertad que aceptar la
paz a cualquier costo. Un hombre honrado tampoco evade la lucha política, ni se
arredra ante las pasiones que desata, sabedor de que resolver las diferencias
mediante los votos es el camino ordinario para defender lo justo.
Propongo, sin embargo, una tregua de Navidad,
porque no todo es política.
Los soldados saben bien qué cosa es la tregua
porque saben qué cosa es la guerra.
“Justo antes de la cena, tuve el gusto de darle
la mano a varios alemanes: una delegación vino hasta medio camino, así que
varios de nosotros nos acercamos a ellos”.
Ir hasta medio camino. No hablo de traicionar
las propias convicciones, de pasarse al enemigo, sino de comprender el punto de
vista de los otros; los bienes preciosos que han perdido; los actos de
valentía, de entereza, de sacrificio; incluso el odio que arraigó en sus
corazones porque no hubo un amor que los sanara.
Yo comprendo bien el odio porque he tenido
amores muy intensos.
Por eso imploro una tregua de Navidad.
Ojalá que no tuviéramos enemigos, sino, a lo
más, adversarios con los que compartir una amistad. Mas incluso si no hubiera
más remedio que tener enemigos, pues que no siempre está en nuestras manos
evitarlos, ¡seamos humanos, hagamos una tregua!
“Yo intercambié uno de mis pasamontañas por un
sombrero”, nos dice ese muchacho. “También arranqué un botón de una de sus
casacas. Intercambiamos cigarros y tuvimos una buena conversación”. ¿Habrá
regresado a casa? No parece que haya odiado.
“Ellos dicen que no dispararán mañana si
nosotros no lo hacemos, así que supondo que, quizás, tendremos algo así como
vacaciones. Después de intercambiar autógrafos, y de desearnos ellos un Feliz
Año Nuevo, nos separamos y regresamos y tuvimos nuestra cena”.
¡Vamos, chilenos, que ya terminó la guerra! ¡Es
la hora de reconocer los fallos, de comprender, de perdonar sin esperar a la
humillación del prójimo, que esto es no perdonar!
“Casi no podemos creer que hemos estado
disparándoles por las últimas dos semanas —todo parece tan extraño—. Ahora hace
un frío intenso y todo está cubierto de hielo . . .”.
La tregua ocurrió en Ypres, Bélgica. En 1999 se
levantó ahí una Cruz conmemorativa, “para que no olvidemos”.
La Cruz es para no olvidar esa tregua
conmovedora. No por eso vamos a olvidar los horrores de la guerra, ni los
crímenes de guerra cometidos en ésa y, sobre todo, en las posteriores. No
debemos renunciar a la interpretación de la historia que, con afán de verdad,
más nos convence.
Mas esa Cruz no es para recordar que unos han matado
a otros. Una cruz así “sería el estandarte del diablo” (san Josemaría, “Via
Crucis”, 8, 3). No: “Hay que unir, hay que comprender, hay que disculpar . . .
La Cruz de Cristo es callar, perdonar y rezar por unos y por otros, para que
todos alcancen la paz” (ibidem).
La Cruz de la Tregua de Navidad significa que,
en medio del dolor, puede haber humanidad.
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*Publicado en El Mercurio, año 2006.