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martes, diciembre 24, 2019

Por una tregua de Navidad


“Ésta será la Navidad más memorable . . . Desde la hora del té de ayer no ha habido disparos en ninguno de los lados, hasta ahora. Anoche fue noche de luna, muy clara y helada, así que pronto, tras el ocaso, encendimos unas buenas fogatas y cantamos unos cuantos villancicos y canciones”. Así comienza la carta de un soldado anónimo, que protagonizó la Tregua de Navidad entre ingleses y alemanes en 1914.

El Papa Benedicto XV, además de implorar la paz antes y durante la guerra, había suplicado por una tregua alrededor de esta fiesta tan extendida y tan maltratada.

Las autoridades de los dos bandos habían rehusado ese curso de acción, quizás poco práctico, quizás ilusorio. Los soldados decidieron otra cosa.

“Los alemanes comenzaron poniendo luces a lo largo de sus trincheras, y visitándonos informalmente, deseándonos una Feliz Navidad”, continúa el narrador. “También nos dedicaron unas cuantas canciones. Varios de ellos hablan inglés muy bien, así que mantuvimos algunas conversaciones”.

Y era el comienzo de la guerra de las trincheras, que parecería no terminar nunca. Las guerras siempre parece inevitables y cortas, antes de estallar, y no rara vez se prolongan sin sentido y se multiplican en ecos de tristeza, de ira, de odios, de recuerdos espectrales.

¡Qué difícil es terminar una guerra!

“Algunos de nuestros camaradas fueron a su lado de la línea . . . Unos pocos de nosotros, que tuvieron suerte, pudieron ir a la Sagrada Comunión temprano esta mañana. Fue celebrada en una granja en ruinas unas 500 yardas atrás de nosotros. Por desgracia, yo no pude ir . . . ¡Después del desayuno jugamos un partido de fútbol en la parte de atrás de nuestras trincheras! Unos pocos alemanes han venido a vernos esta mañana. También enviaron una delegación para enterrar a un francotirador al que disparamos esta semana. Estaba a unas 100 yardas de nuestra trinchera. Unos pocos de nuestros compañeros salieron y ayudaron a enterrarlo”.

Estaban en guerra, ¡qué brutal es la guerra!, pero eran humanos.

“Alrededor de las 10:30 tuvimos una breve procesión, el servicio religioso matutino, etc., en la trinchera. ¡Cómo cantamos! Los himnos fueron ‘Venid, fieles’ y ‘Mientras los pastores vigilaban su rebaño’. Ahora estamos cocinando nuestra Cena de Navidad”.

La Navidad se aproxima también en Chile. Casi un siglo después de la escena que contemplamos, veintiún siglos después de la que conmemoramos. ¿Seremos capaces de una tregua?

Yo no le temo al conflicto. Pienso que es preferible ir a la guerra por defender la justicia y la libertad que aceptar la paz a cualquier costo. Un hombre honrado tampoco evade la lucha política, ni se arredra ante las pasiones que desata, sabedor de que resolver las diferencias mediante los votos es el camino ordinario para defender lo justo.

Propongo, sin embargo, una tregua de Navidad, porque no todo es política.

Los soldados saben bien qué cosa es la tregua porque saben qué cosa es la guerra.

“Justo antes de la cena, tuve el gusto de darle la mano a varios alemanes: una delegación vino hasta medio camino, así que varios de nosotros nos acercamos a ellos”.

Ir hasta medio camino. No hablo de traicionar las propias convicciones, de pasarse al enemigo, sino de comprender el punto de vista de los otros; los bienes preciosos que han perdido; los actos de valentía, de entereza, de sacrificio; incluso el odio que arraigó en sus corazones porque no hubo un amor que los sanara.

Yo comprendo bien el odio porque he tenido amores muy intensos.

Por eso imploro una tregua de Navidad.

Ojalá que no tuviéramos enemigos, sino, a lo más, adversarios con los que compartir una amistad. Mas incluso si no hubiera más remedio que tener enemigos, pues que no siempre está en nuestras manos evitarlos, ¡seamos humanos, hagamos una tregua!

“Yo intercambié uno de mis pasamontañas por un sombrero”, nos dice ese muchacho. “También arranqué un botón de una de sus casacas. Intercambiamos cigarros y tuvimos una buena conversación”. ¿Habrá regresado a casa? No parece que haya odiado.

“Ellos dicen que no dispararán mañana si nosotros no lo hacemos, así que supondo que, quizás, tendremos algo así como vacaciones. Después de intercambiar autógrafos, y de desearnos ellos un Feliz Año Nuevo, nos separamos y regresamos y tuvimos nuestra cena”.

¡Vamos, chilenos, que ya terminó la guerra! ¡Es la hora de reconocer los fallos, de comprender, de perdonar sin esperar a la humillación del prójimo, que esto es no perdonar!

“Casi no podemos creer que hemos estado disparándoles por las últimas dos semanas —todo parece tan extraño—. Ahora hace un frío intenso y todo está cubierto de hielo . . .”.

La tregua ocurrió en Ypres, Bélgica. En 1999 se levantó ahí una Cruz conmemorativa, “para que no olvidemos”.

La Cruz es para no olvidar esa tregua conmovedora. No por eso vamos a olvidar los horrores de la guerra, ni los crímenes de guerra cometidos en ésa y, sobre todo, en las posteriores. No debemos renunciar a la interpretación de la historia que, con afán de verdad, más nos convence.

Mas esa Cruz no es para recordar que unos han matado a otros. Una cruz así “sería el estandarte del diablo” (san Josemaría, “Via Crucis”, 8, 3). No: “Hay que unir, hay que comprender, hay que disculpar . . . La Cruz de Cristo es callar, perdonar y rezar por unos y por otros, para que todos alcancen la paz” (ibidem).

La Cruz de la Tregua de Navidad significa que, en medio del dolor, puede haber humanidad.

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*Publicado en El Mercurio, año 2006.





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